

Tocaba el piano y tenía gafas de cristales oscuros como el azabache. Era 1992 y Europa había empezado a moverse al ritmo del punk y del rock, agitando con guitarras con cierta agresividad estudiada, pero aquel hombre que tecleaba lentamente, de voz rasgada y profundo timbre, sólo sonreía detrás de sus gafas opacas. Cuando terminó, el público de Malmö se levantó y aplaudió hasta desgastar sus manos. Aquello se saldó con un 14º puesto en Eurovisión.